anteriores a Chorbos, Chunguitos y Grecas. A pesar de sus abundantes incongruencias, Los Chichos conectaban visceralmente con gente de todo tipo: se podía vibrar con Ni más ni menos, a pesar de sus falaces advertencias sobre «el honor de una mocita». Con el éxito, Los Chichos entraron en una existencia vertiginosa. Eran enormemente populares pero no accedieron a la primera división.
La suya no se consideraba una música respetable: «No nos promocionaban ni nos daban discos de oro, decían que lo nuestro se vendía solo. Y era verdad, pero el resultado es que nos consideraban poco. Nos llamaban los reyes de las cintas de carretera pero, despectivamente, como si allí no se vendieran también las casetes de Frank Sinatra o Los Beatles».
Los Chichos arrasaban por un circuito de salas de fiestas que exigía sacrificios. Chaboli menciona que «hubo veranos de más de cien bolos, meses en los que daban 32 actuaciones en 33 días».
En los ochenta, la luz de Los Chichos fue levemente eclipsada por la que emitían sus jóvenes competidores, Los Chunguitos. Estos tenían unas letras y unos arreglos musicales más finos. Y se adelantaron en unirse en Deprisa, deprisa-, sus canciones a historias de perros callejeros, gracias a la pasmosa intuición musical de Saura.
Los Chunguitos contaron con la bendición del poeta José Miguel Ullán, se plegaron a remezclas para discotecas, pasaron por La edad de oro televisiva y hasta actuaron en Rock-Ola. Entretanto, Los Chichos ignoraban a la competencia y se despreocupaban de modular su imagen. Los Chunguitos mostraban su modesta casa familiar de una planta en Vallecas, algo impensable en Los Chichos; para entrevistarles, se quedaba, avanzada la noche, en una de aquellas boites del centro de Madrid recargadas de terciopelo.
Con Chaboli o los actuales Chichos resulta imposible confirmar las truculentas leyendas de un Jeros dilapidador y hedonista, lanzado de cabeza a la vida peligrosa. Se trata de una herida antigua que prefieren no reabrir. Las drogas duras irrumpieron en los barrios gitanos, trastocaron una economía de subsistencia y devastaron los clanes: dos hermanos de Jeros se le adelantaron a la hora de descansar en el cementerio de Carabanchel, aseguran que por culpa del caballo, aunque Chaboli argumenta que uno de ellos murió por enfermedad, «estaba malito del pecho». Un antiguo colega payo, un músico que sobrevivió, explica la dinámica de los rumberos de los setenta: