«La cárcel ha mejorado mucho», dice. Pero todavía quedan funcionarios corruptos y malos tratos. Juan José Moreno Cuenca sigue denunciando el sistema carcelario
Parece ser que a Juan José Moreno Cuenca, El Vaquilla le pesan demasiado los casi 14 años que lleva en la cárcel. No es capaz de esperar un par de meses a que se le conceda en tercer grado. Su última fuga es la enésima que protagoniza y como siempre denuncia la situación en las cárceles.
¿Acaso no puede vivir sin llamar la atención o es que le puede el afán de fugarse?
J.M.C: Esto no ha sido una fuga propiamente dicha. En ningún momento quise eludir a la justicia. Si he hecho esto ha sido justa-mente para pedir justicia.
En todo momento he estado en contacto con las autoridades y les advertí que me entregaría, como finalmente he hecho. En Figueras no se puede vivir, además, se me estaba retrasando la concesión del tercer grado y algunos funcionarios estaban buscándome las vueltas, provocándome para que saltara y así conseguir fastidiarme los permisos.
En la prisión de Ocaña presentó su libro «HASTA LA LIBERTAD»
Pero esto que ha hecho se puede volver contra usted.
J.M.C: Espero que no. Espero que sepan en-tender mis motivos y que finalmente me den la oportunidad de vivir en paz, con mi mujer y mi hija .Creo que me lo he merecido y que estoy demostrando que puedo ser una persona que se integre plenamente en la sociedad.
Ese afán de fugarse parece que le viene desde muy joven.
J.M.C: Lo cierto es que desde crío no me he conformado. A los 11 años comencé a tener contacto con reformatorios y siempre me escapaba. Por eso me mandaron de Barcelona a Alicante, pero de allí también me escapé.
Luego fue Zaragoza, más tarde a un centro especial en Salamanca y siempre me escapé y así hasta que cumplí la mayoría de edad penal.
¿De alguna manera ha sido víctima de su fama?
J.M.C: Lo cierto es que la primera condena seria, cuatro años por un atraco y dos por tenencia dé armas, me pilló muy joven pero cuando entré en la prisión ya tenía el cartelito.
Y, con 19 años, empezaron a tratarme como a un preso súper peligro-so, cuando realmente era un chaval que tenía encima cuatro chorradas. Me mandan a la zona de peligrosos y un funcionario, creo recordar que se llamaba Pedrero, me dice que me prepare que no voy a ver la calle.
¿Cómo era la cárcel en los años 80?
J.M.C: Muy dura. No había jueces de vigilancia penitenciaria y las denuncias que hacíamos a los juzgados debían acabar en la papelera porque nadie nos hacía caso. Los insultos y las palizas por cualquier tontería eran el pan nuestro de cada día. Además, las prisiones eran, casi todas, verdaderas pocilgas.
¿A usted le maltrataron?
J. Podías pedir lo que fuera que, aunque estuvieras en tu derecho, te contestaban, sin más, que te callaras. Si insistías te esposaban y te sacudían a base de bien. A mí no me han pegado mucho, quizás por la fama de peligroso que me adjudicaron nada más entrar. Pero he visto palizas que sólo recordarlas se me ponen los pelos de punta.
¿ Como se convierte en el preso conflictivo que ha llegado a ser ?
J. Estábamos un grupo de chavales que no éramos tontos. Podíamos ser incultos, pero tontos no. Sabíamos que aquella manera de tratarnos no era legal y decidimos revelarnos.
Empezamos con autolesiones y huelgas de hambre. Como no nos hacían caso optamos por el motín, eso sí, sin retener a los funcionarios. Pero nos mandaron a los antidisturbios y nos dieron cera a base de bien. Así que en el segundo motín retuvimos a los funcionarios y claro, la condena por la protesta fue mayor ya que se consideró secuestro.
¿No pusieron en peligro la vida de aquellos hombres?
J. Qué va. A los que estaban encerrados con nosotros les dijimos que estuvieran tranquilos, que nadie les haría el menor daño. Y no les tocamos. Pero a los de fuera les decíamos que como entraran los antidisturbios, que era lo que queríamos evitar, los mataríamos. Pero nunca fue nuestra intención hacerles daño.