‘Qué coco tienes, Jeros’, decía El Vaquilla. ‘Qué coco'». La conversación está detenida frente al mirador que es el recuerdo del mito
El Vaquilla flipó cuando conoció al Jero. Los Chichos fueron a visitarlo a la cárcel de Ocaña. Eran principios de los 80 y el Jero había escrito la banda sonora de la película en apenas una semana. Las letrillas, el soniquete y el color de las canciones contornearon el perfil del delincuente que provocó el parto de un género. Hacían un retrato hiperrealista de aquel pirata gitano. «Alegre bandolero», tararea Julio González Gabarre poniendo las manos sobre una guitarra imaginaria
Recuerda aquel día, cuando los tres, la versión premium de Los Chichos, levantaban a pulso la industria discográfica del país (24 millones de discos y casetes vendidos). José Antonio de la Loma, el director de Yo, el vaquilla, tampoco daba crédito. «‘Qué coco tienes, Jeros’, decía El Vaquilla. ‘Qué coco'». La conversación está detenida frente al mirador que es el recuerdo del mito. El compositor del grupo arrasó con sus temas un panorama previsible. «Le pidieron dos canciones y presentó cuatro. A cada cual mejor. Libre, Ni más menos.
No os podéis ir de aquí sin firmar, les dijeron», evoca Eduardo Guervos, el manager que ha pasado cuatro décadas enrolado con los muchachos de Entrevías. «Fonogram, la discográfica, sacó, a ver qué pasaba, 30.000 discos. Se vendieron en una semana«. Al tiempo, en la sede de la productora, «en Avenida de América, estábamos en el patio, nos dijeron que habíamos vendido siete millones», añade Emilio González Gabarre. «¿Los Chichos? preguntaban por allí», pone la voz ahora Julio. «‘Sí, sí, Los Chichos han vendido siete millones’. Pues necesitamos los trofeos, dije yo. Después teníamos una gala en la discoteca Siddharta [en la calle Serrano]. Allí nos llevaron tres carretillas de discos de oro y platino que habíamos acumulado en siete años».
El humo del pitillo, el jersey blanco de cuello vuelto y la luz fluorescente del salón de su casa hacen de Julio un Morfeo de barrio. Apaga la colilla en el suelo. La pisa con el talón. Bebe agua. Mantiene el pulso de los años rápidos mientras los demás se muestran, más o menos, diplomáticos. Julio tiene el reprís de la leyenda, cuando entrevistar a Los Chichos era sentarse frente a los Rolling Stones cañís. Al lado de ellos todos parecen sapos.
Todo el torrente de música urbana actual tiene su fuente original en la calle Carburo. «El barrio estaba destruido. Eran chabolas. Para salir de aquí tal y como está el día hoy había que ponerse botas». Detrás de Julio cuelgan algunos trofeos. «Discos de oro, de platino y de todo. Esto ni se compra ni se vende: se gana.
Nosotros hicimos una música que no se había conocido nunca. En letras, arreglos. Cantábamos desde el pueblo para el pueblo. Quien escuchaba nuestra música se quedaba enganchado. Hacíamos 10 canciones grabadas y todas valían. Alejandro Sanz es Alejandro Sanz, un monstruo, pero Alejandro Sanz hacía un par de temas y el resto eran de relleno. Pasamos a los anales. Los demás han mamado de nosotros«.
Esta generación de artistas habla de galas y no de bolos. «Durante diez, Los Chichos hicieron 220 galas al año», data Guervos. «En un mes 31 y un doblete». Por las noches doblaban el mapa conduciendo como podían. «Íbamos medio dormidos. Un día me paró la Guardia Civil, dos hombres mayores, y me preguntan ‘¿tú sabes lo que has hecho? ‘Has adelantado en una rampa y con una línea continua.
Te has comido todo el código’«, dice Julio. «Entonces aparecí yo», salta el manager. «Siempre llevaba un maletín con discos y casetes. Era nuestro salvoconducto. Decíamos ‘somos Los Chichos’ y no nos multaban. Acabamos tomando café con ellos, ¿no?», pregunta Julio.
Aunque Julio tiene nuevas letras escritas, Los Chichos aseguran sus conciertos. «No creo que hagamos otro disco». El último es de 2008. «Ya no hay tiempo. Tengo un interesado en esas letras. Hice una entrevista con él en el mismo estudio donde grabamos Ladrón de amores. Le envié también un vídeo para que viera que tengo la voz de hace 20 años. Las cosas van despacio.
Es un proyecto que está ahí para darle vida». Diluvia, la tele está en mute, una niña saluda a la reunión, Emilio empieza a resumir: «A la guitarra era Paco de Lucía. Camarón, en el flamenco. Y Los Chichos, los reyes de la rumba. Nuestro público es intergeneracional, ha pasado de padres a hijos».
Julio acerca la cara al móvil: «Un saludo muy afectuoso a Joaquín Sabina». El manager afirma que Sabina sólo ha producido un disco. «Un disco en directo de Los Chichos». Y esto es lo que hay, grabado en la sala Jácara. El periodismo está para destrozar los mitos, pero a veces también está para implantarlos: una búsqueda rápida en Google no despeja las dudas. «En lo canalla, en lo urbano, se identificaba mucho. Cerramos la producción a las cinco o las seis de la mañana, muy borrachos, en un hotel de Tenerife». ¿En algún momento habéis sentido que os trataban mal por ser gitanos? «¿Racismo? Si los gitanos dan alegría».