Asentados en uno de los barrios mas marginales de Madrid, donde el hambre y la muchedumbre acusaba, el pequeño y menudito Ajero, también aprovechaba su tiempo libre para dar rienda suelta a su imaginación e intentaba sacarse algunas pesetas haciendo de trilero.
Al mismo tiempo que compaginaba los estudios con el ocio y cuando hubo aprendido lo justo, a leer y escribir, porque el absentismo en el colegio estaba más que justificado, comenzó su inspiración por la literatura, un hecho que también le fascinaba y que daría pie a convertirse en un poeta callejero, una figura indiscutible, un ser excepcional que destacaba entre los demás niños de su edad y que con su propia vivencia, lo que acontecía y sentía, lo plasmaba en su cuaderno de notas como si de una agenda personal se tratara.
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